lunes, 11 de julio de 2011

Proverbios entre las dunas del desierto

Dos cosas asombran de los refranes y proverbios, su universalidad y su particularidad. Aunque parezcan conceptos contrarios, no lo son, al contrario, actúan como complementarios. Los refranes se nutren de imágenes que le son cercanas -particularidad- para comunicar un pensamiento profundamente humano -universalidad. Con la muestra siguiente de refranes saharauis se entenderá más fácilmente esta doble naturaleza.

La púa es afilada desde pequeña.

A la mano que no está empapada, no se le pega la tierra.

Una mano no aplaude.

La mayoría de los ladridos del perro son para defenderse.

A donde llega el rápido, llega el lento.

La piedra lanzada al cielo vuelve a la tierra.

Si el que habla es tonto, el que escucha debe ser razonable.

Viste más que una cebolla.

Si atas el camello con el asno, éste le enseña a rebuznar.

Ve el viejo acostado lo que el joven no ve de pie.

Compra al vecino antes que la casa.

Al loco no se le enseña a tirar piedras.


(Fernando Pinto Cebrián, Proverbios saharauis, Miraguano)

En el parque con Auster

Cerca de siete meses he tardado en leer el último libro de Paul Auster. En verdad, el tiempo del que hablo es desde que lo compré hasta que empecé a leerlo. La lectura efectiva de Sunset Park no ha pasado de 24 horas. En su nueva obra vuelve a demostrar, como casi siempre, que es un buen contador de historias. Un joven de Nueva York se aleja de su familia para expiar un terrible suceso. Siete años más tarde regresa dispuesto a iniciar una nueva vida. Pero su historia se cruza con la de otros seis personajes que también tienen mucho que contar. Uno de los aciertos de Auster es dotar a sus personajes de una personalidad bien definida, de una realidad incuestionable. Si a ello unimos la facilidad para desarrollar una trama que consigue engancharnos y un lenguaje fluido y a la vez rico, tenemos asegurada la distracción y el disfrute. No sabría decir si es una de sus mejores novelas (El Palacio de la Luna, La música del azar, El libro de las ilusiones o Brooklyn Follies), pero de lo que no hay duda es que me proporcionó un día para no olvidar.

(Paul Auster, Sunset Park, Anagrama)

domingo, 3 de julio de 2011

Malas Notas 15

Muchas veces la corta extensión del aforismo nos hace pensar que lo que deseamos decir no queda del todo claro. Lo normal es que se ensayen distintos enunciados, y uno de ellos prevalezca, o que se complementen unos a otros como variaciones sobre un tema.
En esta ocasión propongo tres malas notas emparentadas.

Cuando leo que un director de escena ha actualizado una obra de teatro o una ópera, no puedo dejar de pensar que, con independencia de su -supuesta- aportación al arte, no hay sino una necesidad de cobrar por lo que nunca habría sido capaz de imaginar.

Como espectador reniego de los que creen que necesito que las obras sucedan en mi tiempo. Aunque ellos no lo crean soy capaz de disfrutar de lo que ocurrió antes de que yo naciera.

¿Se creerán que aportan algo a Handel, Mozart o Rossini por hacer que sus historias sucedan en el siglo XX? Al fin sólo permanece la música y olvidamos a los tramoyistas.

La pasión según Llamazares

Julio Llamazares acaba de publicar un libro de cuentos que lleva por título Tanta pasión para nada. Como se puede suponer quien lea este libro debe intuir dónde se ha metido. Doce cuentos y una fábula que por su puesto no derrochan ni alegría ni felicidad. Sus personajes, un futbolista, un maestro, un funcionario de correos, un escritor o un médico entre otros, son reales, demasiado reales, y lo que les sucede es lo que probablemente les pueda suceder. Lo malo es que siempre ocurre lo que nunca quisiéramos que les ocurriera. Llamazares ha optado por el pesimismo, por el destino aciago, por unos protagonistas abandonados de Dios y del mundo, nada tiene solución y todo acaba en la nada. Sin embargo el viaje que hacemos en su compañía es bellísimo, repleto de encantos, lloramos con sus infortunios y nos rebelamos contra su suerte.
¡Qué alegría poder disfrutar de libros tan tristes!

(Julio Llamazares, Tanta pasión para nada, Alfaguara)